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En 1806 el sistema colonial español tenía suficiente tiempo en estas tierras como para comenzar a pagar por sus errores y terquedades.
El sistema monopólico comercial, que llevaba muchos años llenando las arcas de la corona española y desafiando la codicia de sus vecinos, había entrenado a los ingleses en el arte de sondear los puertos y rondar las costas de la América colonial, para ejercer el contrabando. Los británicos habían desarrollado una astucia especial para montar redes de espionaje que prestaban fidelidad a la corona británica en unos casos y a la burguesía industrial en ciernes en otros.
Desde la astuta Isabel I, la reina que mejor impulsó en el mar el regio hábito del “robo para la corona” hasta la fecha, Inglaterra era una nación corsaria.
"Kid Ship" por Jean Ferris
Todos sus hábitos y todas sus mañas llevaban esa lógica.Sus navegantes, sus almirantes, sus diplomáticos, sus comerciantes, sus políticos… estaban unidos por ella y la construcción de sus códigos de interpretación.
Otras lógicas parecidas entraban en solidaridad con aquella y la alimentaban: la lógica del dinero conseguido con astucia y sin honor; la lógica del incipiente capitalismo que comenzaba a navegar también por los mares de esa etapa de la Historia.
Los “intereses” británicos en este lado del mundo
Los británicos tenían en estas tierras intereses especialmente económicos. Algunas de sus muy variadas estrategias de acción en ese rumbo encontraron puerto seguro en los intereses de las burguesías comerciales criollas en desarrollo. Por lo tanto los británicos y los comerciantes criollos tenían “intereses comunes”… el capitalismo forzaba las primeras alianzas.
¡Corsario hay uno solo!
En 1804 Inglaterra capturó naves que llevaban secretamente oro a Napoleón. La guerra que trataba de evitarse entre España e Inglaterra se desató. William Pitt, jefe del Gabinete inglés, ordenó la captura de las colonias de El Cabo en África, punto estratégico para el dominio de Sudamérica o la India.
Home Popham condujo a Sir David Baird hacia aquel destino, haciendo a Inglaterra dueña y señora de los mares del Sur.
Un engañoso presupuesto lo atrajo a estas, nuestras costas: que los colonos apoyarían la invasión…pero no todos los rioplatenses eran comerciantes y hubo sorpresas.
Vengan, pues, los invencibles cántabros, los intrépidos catalanes, los valientes asturianos y gallegos, los temibles castellanos, andaluces y aragoneses; en una palabra, todos los que llamándose españoles se han hecho dignos de tan glorioso nombre.
Vengan y unidos al esforzado, fiel e inmortal americano, y a los demás habitadores de este suelo, desafiaremos a esas aguerridas huestes enemigas que, no contentas con causar la desolación de las ciudades y los campos del mundo antiguo, amenazan envidiosas invadir las tranquilas y apacibles costas de nuestra feliz América.”
¿Colonias inglesas de América del Sur?
“El Río de la Plata es el mejor lugar del mundo para formar una colonia inglesa” John Pullen, gobernador de las Bermudas al Conde de Oxford- 1711
La perdida definitiva a fines del siglo XVIII de las colonias inglesas en América y el crecimiento del comercio fruto de la incipiente Revolución Industrial inspiraron, una vez iniciado del siglo XIX , al entonces Primer Ministro Británico William Pitt a buscar nuevos mercados para el incremento del comercio exterior. Sudamérica fue la meta más atractiva.
Por otro lado, Francisco de Miranda alentó con sus planes la intervención de los británicos en Suramérica. Su propósito tenía un serio defecto: se basaba en un pacto que contara con la honorabilidad de los ingleses.
Pero quizás el verdadero y más eficaz motivo lo haya dado Mr. White, un comerciante norteamericano que advirtió al contralmirante Home Riggs Popham sobre un tesoro en la capital del Virreinato del Rio de la Plata, y sobre la animadversión de sus habitantes hacia las autoridades españolas. De tal modo, la primera invasión inglesa al Rio de la Plata, parece haber sido más una empresa privada que un plan pergeñado por la Corona Británica.
Ingleses en el Río de la Plata por Francisco Fortuny
1806 - 1807
Bien entrado el año 1806 Buenos Aires se hallaba alertado sobre un posible ataque inglés. Sin embargo España no cuidó a la populosa capital del Virreinato. Su autoridad máxima el virrey y marqués de Sobremonte había pedido sin éxito a España el auxilio de una fuerza militar bien dotada. En la otra orilla Montevideo se hallaba mejor fortificado y custodiado. Los ingleses tenían entonces dos buenos motivos para elegir Buenos Aires para el ataque: un rico tesoro y una población desarmada y deseosa de repudiar a su rey.
La primera invasión contó con apenas la décima parte de los hombres y recursos que trajo la segunda un año después. España no había logrado darle a Inglaterra una derrota semejante. La segunda invasión no solo traía como misión apoderarse de Buenos Aires sino lavar la afrenta anterior.
Entonces en el gran reino de Albión
(Profecía final de la escena segunda del Acto tercero de la obra "Rey Lear" de William Shakespeare)

Los hijos así cobijados por la Tierra Viva, fueron dignos del ardor con que la defendieron. El corazón de la ciudad fue una verdadera bomba para las tropas enemigas que pretendieron entrar en ella por las arterias principales. Los ingleses destacarían años después la furiosa violencia con la que fueron recibidos. Acostumbrados a tácticas militares a campo abierto, no supieron actuar eficazmente en el campo cercado y convertido en trinchera de la Gran Aldea que era entonces Buenos Aires.
Sin embargo sus derrotas militares no opacaron sus fines corsarios. Un rico botín (lingotes y monedas de oro y plata equivalentes a cinco toneladas de pesos plata) fue rápidamente embarcado a Inglaterra por Beresford, apenas iniciada la primera invasión y recibido en medio de una gran algarabía en Londres.
La "pérfida Albión" consolidó su título en aquella ocasión.
España perdió el control de lo que ya había descuidado.
Los habitantes de Buenos Aires ganaron el derecho a ser señores de sus propios asuntos.
España perdió el control de lo que ya había descuidado.
Los habitantes de Buenos Aires ganaron el derecho a ser señores de sus propios asuntos.
OCTAVA A LA
RECONQUISTA DE BUENOS AIRES
¿Se ganó a Buenos Aires?... se ganó.
Yo no sé si lo crea...Y lo ví.
¿Lo piensan los traidores?... ¡Ay de mí!
¿Se alegran los leales? ... Por qué no.
¿Y aquel miedo servil? ... Ya se acabó.
¿Y en adelante? ... ¡Ya no será así!.
Pues no siempre ha de haber viles marqueses
que permitan traficar a los ingleses.
(Del cancionero anónimo de las invasiones inglesas)
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