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Nuestro Himno como canto de inspiración para Latinoamérica


El himno argentino es cantado por primera vez
en la casa de Mariquita Sanchez 

retrato de Pedro Subercaseaux
En 1817, Henry M. Brackenridge –diplomático estadounidense-  fue testigo de la extraordinaria difusión que había tenido en el pueblo rioplatense la canción patriótica que la Asamblea del año 1813 aprobara como Marcha Nacional (luego Himno Nacional Argentino).
Viajando desde Montevideo a Buenos Aires escuchó las estrofas del himno coreadas espontáneamente por sus acompañantes. El relato de Brackenridge, tomado de su libro Voyage to South America (Viaje a Sud América), publicado en Baltimore en 1819, decía:


“Por la tarde, nuestros compañeros, después de beber un vaso de algo estimulante, rompieron con una de sus canciones nacionales, que cantaron con entusiasmo como nosotros entonaríamos nuestro ‘Hail Columbia!´. Me uní a ellos en el fondo de mi corazón, aunque incapaz de tomar parte en el concierto con mi voz. La música era algo lenta, aunque audaz y expresiva... este himno, me dijeron, había sido compuesto por un abogado llamado López, ahora miembro del Congreso, y que era universalmente cantado en todas las provincias de El Plata, así en los campamentos de Artigas, como en las calles de Buenos Aires; y que se enseña en las escuelas como parte de la esencia de la educación de la juventud...”

En lo que hoy es Panamá, entonces parte del Virreinato de Nueva Granada, un marino inglés relató haber presenciado lo siguiente:
“Era una noche de luna espléndida y el césped que se había dejado crecer en la plaza estaba cubierto de negros esclavos (…) Muchos de los grupos cantaban, no sin gusto e intención, la canción patriótica del día, mucho tiempo ha, conocida en los estados independientes del sur, pero recientemente importada al istmo. El estribillo de la canción era: ¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!”
En Venezuela cuenta un capitán inglés que se encontró con un grupo de llaneros: “celebrando un jolgorio, en lugar remoto del bosque (…) los llaneros (…) entonaron con regocijo frenético, el himno nacional favorito, obra de un fraile dominico de Buenos Aires, pero universalmente cantado en Sur América: ¡Oíd mortales el grito sagrado (…) Sería difícil imaginar el efecto producido por estos versos, cuyo aire es singularmente bello, al ser cantados en coro por mas de quinientos llaneros.”

 
En Uruguay, en 1830 el anuncio de un periódico –El Universal de Montevideo- sobre una función lírica rezaba:
Empezará con el primer Himno que se cantó en América a la libertad, la hermosa marcha de ¡Oíd mortales el grito sagrado!”
Chile y Perú lo recibieron llevado por San Martín y su ejército, y se entonó como canción patriótica respetando música o letra, antes de la creación de sus respectivos himnos. 



Misia Mariquita: "La estrella del Sur"

Mariquita Sanchez
por Mauricio Rugendas (1845)
María de los Santos Sánchez de Thompson, conocida como “Misia Mariquita” por sus allegados,  tenía entonces veinticuatro años. Las estrofas de lo que sería luego “El Himno Nacional Argentino” se cantaron por primera vez en una tertulia en su casa de la calle Unquera (hoy Florida) en la Buenos Aires colonial.
Su inteligencia y amor por el conocimiento han quedado en las cartas que escribiera a sus hijos y a sus amigos. Tenía un lúcido sentido del rol social de la mujer y bregaba por su educación.
Su carácter alegre y decidido la hacía una joven especial entre sus once hermanas. De buena posición económica, su familia era una de las principales de Buenos Aires cuando comenzó el nuevo siglo. Su carácter apasionado no solo se hizo visible a través de su afición a la escritura sino también en su vida íntima.
Enamorada y correspondida por el oficial de la marina española Martín Jacobo Thompson, defendió su amor a pluma y coraje frente a todos los que se oponían.
Tras discutir con su padre que le tenía destinado otro hombre, y por ello recluida en una Casa de Ejercicios Espirituales, escribió una y otra vez, a quienes pudieran tener autoridad, reclamando el derecho a casarse con quien amaba.

 Los enamorados, asistidos por criados y amigos lograban verse en secreto, llegando Martín a vestirse de vendedor para entrar sin ser reconocido al convento a ver a su Mariquita.

Ella escribió varias veces: al obispo, al juez, al virrey mismo hasta lograr su cometido: que autorizara la boda. 

 
Con la misma decisión y tras la experiencia de las invasiones inglesas escribió y actuó a favor de los ideales independentistas. Con alma y convicción femenina.
A la muerte de su amado esposo siete años después, con un hijo a cargo, volvió a casarse.
En los años subsiguientes participó de cuanto ateneo o reunión social hubiera en la nueva república y se ocupó sola de la crianza y educación de sus ocho hijos.
Fue desafiante con los soberbios y tiranos; sus palabras, su presencia, su lucha eran bien reconocidas; se decía de ella que era “la estrella del sur” y como todas las estrellas dejó una brillante estela de luz. Como nuestra canción patria irradió su energía más allá de nuestras fronteras.


“Al paso que el hombre marcha con rapidez a su perfección, la mujer yace sumergida en la ignorancia y en la preocupación. Ser creada para la dicha del padre, del esposo, del hijo, solo ofrece ilusiones que desaparecen con el sueño. No, su misión es otra: destinada a formar las costumbres de una nación nueva, debe desarrollar todas las facultades con que la ha dotado la naturaleza. Pero esto supone un talento desarrollado, una razón cultivada”
“Si a Dios hubiera placido hacer de mi un genio y fuera además un sabio, de los varios caminos que conducen al fin de la corrupción, el que yo llevara fuera el de la educación e instrucción de la mujer (…) Y por ventura el ser razonable y poseer ciertos conocimientos casi indispensables hará que dejen de ser propias para las faenas y el gobierno doméstico…”
“Yo no puedo servir sino para las escuelas de niñas(…) Es preciso empezar por las mujeres si se quiere civilizar un país, y más entre nosotros que los hombres no son bastantes y tienen las armas en la mano para destruirse constantemente…”
“Me río de los que quieren aquí mujeres literatas. Las mujeres argentinas estamos destinadas a la vida bruta. Muchas veces he pensado escribir algo sobre como quisiera yo educar a la mujer.(…) Si en todas partes es difícil la educación de la mujer, entre nosotros y en la actualidad es mas difícil aún, y lo mas triste es que nadie educa a los hombres.”

(Fragmentos extraídos de: "La paloma de Goyo: El himno nacional " de María Granata, con inforamcion histórica de Liliana Rey, Ed. Sigmar, Bs. As.1994)


Fuente de referencia: "Mujeres reveladas" de Susana Dillon (Ediciones B.Argentina 2010)

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